Cumplí cuarenta y mi cuerpo empezó a cambiar (primera parte).

Ya les platicaba en el post anterior: «cumplí cuarenta y mi mundo se tambaleo completito», cómo mi crisis de los cuarenta se fue construyendo poco a poco, gota a gota, de manera sutil y casi imperceptible. Por poquito, ni me doy cuenta de que estaba en este proceso tan tremendo y sigo actuando en automático, sin parar un momento y preguntarme cosas que me tenía que preguntar.

Uno de los aspectos de mi mundo tambaleante fue el cuerpazo de mi vidaza. Sí, con la edad, mi cuerpo empezó a cambiar… poquito a poquito, suave, suavecito. Tan poquito a poquito, que les prometo que yo me seguía sintiendo y me seguía viendo al espejo, como mi yo de 30 años. Aunque otros me vieran más «repuestita» (gordita), yo simplemente no me daba por aludida. Lo de «te ves más repuestita», me lo dijo una tía en una reunión. Yo pensaba que mi tía podía estar «viendo mal» o «que tal vez mi outfit no había sido favorecedor». Pero de eso a estar más repuestita, a mí no me caía el saco.

Hasta que un día, hace no mucho tiempo, me pesé y OMG!, casi me caigo de la báscula de la impresión. ¡El número que se dibujó en la pantalla era un 61! En mi casa no hay básculas. Soy de esa idea. De que no hay que estarse pesando para estar sanos y así. Me pesé por curiosidad, porque había una báscula en un hotel en el que me quedé con mi esposo una vez que fuimos a Aguascalientes. Pero para que tengan más contexto, porque 61 puede estar ok para muchas personas, mi estatura es de 1.51m. Y en toda mi vida, lo más que había pesado eran 54k y ya se me hacían bastantitos. Bueno, sin contar los embarazos, que en uno de ellos aumenté 22k entre la bebé, retención de líquidos, tacos y demás antojos… ¡una locura, casi la mitad de mi peso en aquel entonces!

No me quería poner muy específica con los números porque no soy experta en el tema de cuánto debe de pesar una y lo que puede ser un exceso para mí, puede no serlo para alguien más. Lo que si sé, es que ya habían empezado a aparecer algunos síntomas por mi aumento de peso que yo no quería reconocer que eran por eso. Estuve mucho tiempo en la negación total. «Nada de esto está pasando», «no a mí», «yo corro, soy súper sana, como bien, no tomo refresco, duermo bien…». Lo peor, es que en ese estado de negación, obviamente no iba a poder poner manos a la obra para cambiar las cosas. Simplemente, no veía que tenía que cambiar nada… yo estaba «bien«.

La pantalla de la báscula diciendo sesenta y uno en voz alta, fue el balde de agua fría que necesitaba para despertar de la negación. Gracias a Dios me pesé el día antes de regresar a Monterrey. Si no, hubiera estado muy agüitada todos los días de la salidita.

Sabía que tenía que hacer algo al respecto y regresando de Aguascalientes, me apliqué con el ejercicio y con la comida. Dejé de participar en el viernes de pizza comprada y en el jueves de hot dogs en el asador. Sin embargo, algo dentro de mí seguía diciéndome que lo que me estaba pasando era algo normal de la edad. Que así sería la cosa de ahora en adelante. O, «¿qué quería?, ¡ya era una señora de más de cuarenta!» Y tenía la creencia (equivocada), de que las señoras así se ven tarde o temprano.

Aún así, yo seguí enfocada las siguientes dos semanas aplicando cosas que ya sabía para sentirme mejor. El ejercicio y agregar vegetales a mis comidas era algo que había dejado de ser tan constante y fue a lo que regresé de inmediato. Las cosas marchaban bien. Empecé a ver un ligero cambio en cómo me quedaban mis pantalones y eso me hizo pensar que iba por buen camino. Y sí iba por buen camino.

En esos días, mi esposo se hizo un check up en el que salió bien, en general. Solo había un indicador ligeramente por arriba del límite, el del colesterol. En la clínica le hicieron algunas sugerencias para ajustarlo, pero nos parecieron muy vagas. Así es que mi esposo decidió ir con un nutriólogo para que viera los resultados y le ayudara con el tema. Me invitó a la consulta y de pasada nos llevamos a uno de nuestros hijos al que le gusta hacer pesas para que le hiciera un plan también.

En este punto, pensaba que sí me podría ayudar en algo ir con este señor, pero no estaba tan segura de que me fuera a gustar la idea de «estar a dieta». Me imaginaba pesando la comida, comprando cosas light y quedándome con hambre y antojo de todo, todo el tiempo. Cabe mencionar que nunca había estado «a dieta«.

Tanta era mi resistencia a lo de la dieta, que el día que tuvimos la cita, empecé a sentirme muy ansiosa y ya estando afuera del lugar, solo podía pensar que me quería regresar a mi casa. Casi nos regresamos porque todo se veía raro, medio informal… poco confiable (en mi opinión ansiosa). De buenas, justo cuando íbamos a bajar las escaleras para huir, nos topamos con el doctor. No nos quedó de otra que entrar a la consulta a ver qué nos decía.

Yo iba con la conciencia más tranquila, sin que me apretaran tanto los pantalones después de mis dos semanas de andar fit. Que si ayudaron, porque si no, imagínense. Aún así, las medidas, el peso y los porcentajes no fueron favorables. De los tres, mi esposo, mi hijo y yo, la que andaba peor en esas cosas era yo. Otro balde de agua fría, en mi cara. Se había disipado por completo la pequeña sospecha que albergaba en mi cabeza de que la báscula del hotel podía haber estado mal calibrada.

El doctor y la consulta, me sorprendieron. Poco a poco me iba deshaciendo de la duda y la desconfianza para abrirme a recibir las sugerencias sobre alimentación. Me cayó bien que el doctor y yo hablábamos parecido, dejar ultraprocesados, no tomar refresco, alimentos reales, etc… Hasta que mencionó lo inmencionable: dejar el pan. Eso no iba a suceder conmigo (y no ha sucedido), porque en lo que quedamos es que esto no sería una dieta, sino un cambio de hábitos. Y que no sería algo temporal o con fecha de caducidad, sino algo que llegó para quedarse. Pero si el doctor pretendía que esto fuera para siempre y sin pan, las cosas no iban a funcionar. Le planteé que yo hago mi pan de masa madre y como que me dio por mi lado porque me preguntó por los ingredientes y dijo que así estaba mejor que los comerciales. Aún así, cuando me llegó el plan de alimentación, no venía nada de pan.

Al principio si me dio el shock y las primeras dos semanas seguí el plan al pie de la letra. Pero después, empecé a pensar más claramente y en lugar de tortillas, usaba mi pan de masa madre y todo siguió yendo perfecto. Tenía que encontrar un equilibrio. Pero si he notado que con otras cosas con harina, como una campechana que me comí un día, me fue horrible. Me sentí muy mal. Realmente mal. Un croissant con jamón serrano y su buena ensalada en el mille dellices, muy bien. Tortillas de harina hechas en casa con su buena dotación de huevito con chorizo y aguacate, aprobado por mi cuerpo. Y así, he ido descubriendo cosas nuevas. Aunque, cabe mencionar que si me hubiera dado cuenta de que el pan realmente me caía mal, como la campechana o un bubulubu que también me cayó como bomba, hubiera tenido que abandonarlo con todo el dolor de mi corazón. De lo que si estoy más convencida que antes es que para panes, el que yo hago es el mejor que hay.

Esto ha sido una oportunidad para mejorar mi vida y la estoy aprovechando. Llevo tres meses aferrada a ella.

Si creo que todo esto se debe a un cambio importante en mi cuerpo, por mi edad (43). Cosas que antes me caían de maravilla, empiezan a no caerme tan bien ahora. Como por ejemplo, el café con leche entera y azúcar por las mañanas. Sigo tomando café, pero sin leche y sin azúcar. Mi metabolismo ha cambiado. Mi cuerpo se prepara para la menopausia, que para ser sincera, me daba mucho miedo enfrentar. No sabía qué tanto me aterraba el tema hasta que empezó a suceder.

Estoy muy agradecida con mi esposo porque me llevó con él a su cita de nutrición. Agradecida con mi cuerpo que hace todo lo que necesito hacer todos los días. Aunque a veces no lo he escuchado con tanta atención, no me ha dejado tirada. Agradecida con la vida por la oportunidad de seguir aprendiendo y conociéndome. Y agradecida con la terapia y mi curso de desarrollo humano porque gracias al trabajo que he ido haciendo con mis creencias, pude escuchar a quienes me pueden ayudar.

Si llegaste hasta aquí, gracias de todo corazón. Hay muchas cosas qué contar todavía, pero las iré escribiendo en otros posts porque ahora si creo que rompí récord de cantidad de palabras.

Gracias por estar aquí, por seguir aquí. Un abrazo enorme.

Ana

2 respuestas a “Cumplí cuarenta y mi cuerpo empezó a cambiar (primera parte).”

  1. Hola Ana!

    Que buen post. Yo creo que todas hemos pasado por ahí. Mi cuerpo igual que tu, el top max eran 53 y mido lo mismo que tu. Hasta que una amiga me dijo, te ves más enbarnecida… jajaja e igual que tu, pensé, esta loca! Y en noviembre otra amiga más, me dijo: con mucho amor te lo digo, te ves mas repuestita!! Ni con todo el amor del mundo esas palabras no suenan bien nunca!

    ¡Totalmente identificada!

    Te mando un abrazo, feliz 2023 y sigue escribiendo!!!

    Damarytz

    • Lo padre es cuando al fin abrimos los ojos y podemos hacer algo al respecto. Pero qué loco es no darnos cuenta, ¿verdad? Un abrazo Damarytz. Aquí vamos, aprendiendo en el camino. Les debo la segunda parte. La termino muy pronto ;).

Deja un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: