Cumplí cuarenta y mi mundo se tambaleo completito.

Seguro has escuchado algo acerca de la crisis de los cuarenta. Tal vez no solo escuchaste, sino que la viviste o la estás experimentando en carne propia, como yo…

Aunque ya tengo cuarenta y tres, sigo asimilando lo que significó llegar al cuarto piso. Espero que no haya algo parecido a los cincuenta. O al menos, espero que cuando se presente ya haya superado la crisis actual, para poder hacerle frente a lo que venga, con dignidad.

Hace unos cinco años. Hagan sus cálculos. Yo tenía treinta y ocho, cuando platicaba con algunas amigas que acababan de pisar la década del terror. Recuerdo muy bien que una de ellas decía que aunque pareciera mentira, el día uno después de su cumpleaños cuarenta había empezado con un montón de achaques atribuidos a la edad. Recuerdo también, que yo me sentía infalible a todas esas cosas y pensaba que quizás podía haber algo de sugestión en el asunto. Pobre de mí, no tenía idea. No por nada hasta tiene “nombre científico” lo que estaba a punto de vivir. Y no en dos años, sino que muy próximamente. Me empezó prematura la cosa. Sí, entonces ya llevo casi cinco años en el ajetreo. Pero no se me desanimen, se empieza a ver luz al final del túnel. O sea, que tal vez sí la libro para lo que se pueda presentar después.

A diferencia de mi amiga, a mí no se me aparecieron dolencias de un día para otro. Lo mío fue diferente. ¡Claro! A cada quien nos pega donde más nos duele para que en realidad haya cabida a la reflexión y a un posible cambio y crecimiento después de la tempestad. Es una crisis personalizada, a la medida. Nada de machotes ni cosas mal hechas. A veces, todo se presenta de manera sutil y paulatina. Así se me presentó a mí. Tan poco perceptible, que yo seguí por un tiempo sentada en mis laureles sin la capacidad de reaccionar. Así me tenía que pasar, porque si ha sido algo muy alarmante como un dolor o un sarpullido, por decir algo, quizás no me pega tan fuerte. Yo estaba más bien como la rana del experimento. A esa que ponen en un recipiente que se empieza a calentar poco a poco hasta que “adiós Nicanor”, queda cocinada sin darse cuenta. Así meritito fue.

Me sentía tan bien conmigo misma, tan “plena”, tan buena onda, tan “fit”. Pero cuando empecé a ir a terapia, se me empezó a mover el piso horriblemente. Acudí por uno de mis hijos, no por mí. Porque, ¿para qué querría yo ir a terapia si estaba tan bien? Iba única y exclusivamente, como mamá de paciente. Una mamá que se volvió la paciente a la segunda o tercera sesión, no recuerdo bien. Creo que para la terapeuta, fui paciente desde el primer minuto, pero yo no me quería dar cuenta. Yo estaba bien, todos los demás estaban mal. Yo era buena onda, pero me acusaban de enojarme porque nadie hacía lo que según yo tenían que hacer. Algo así como… “si yo soy bien cool, pero ustedes me provocan y por eso dejo de ser cool”.

Estaba ciega y no quería reconocer todas mis áreas de oportunidad. Dolía. ¡Vaya que dolía! Dolía tanto que me empecé a preguntar porqué me sentía tan mal ahora que tomaba terapia. Si antes me sentía tan bien y se supone que la terapia ayuda. Siempre me había gustado a mi misma, nunca me había no gustado. ¿Porqué ahora empezaba a no gustarme? Lo que pasó es que se me estaba cayendo la venda de los ojos y ahora veía de verdad. Y lo que es peor, tenía que ponerme a trabajar en el asunto. ¡Qué flojera! ¿Para qué le rascaba, si yo estaba tan a gusto?

Pues sí, le empecé a escarbar y no me gustó lo que encontré. Quise tapar el hoyo, pero ya era demasiado tarde. Ya me había descubierto enojona, gritona, una persona a la que era difícil acercarse. Sobre todo me mostraba así con mi propia familia, con los que más quiero. Eso fue lo que me hizo seguir adelante. Existía la promesa de que podía cambiar todo eso. Pero también existía la advertencia de que no sería nada fácil enfrentarlo. ¿Y qué? Tampoco era fácil seguir siendo la mamá mecha corta que ya sabía que en realidad era. “El que busca, encuentra”, dicen por ahí. Yo busqué y por más que me doliera lo que iba encontrando, había empezado un camino sin retorno. Sin retorno al pasado, a mi yo anterior. Después de ver lo que vi, no podía quedarme así.

Sigo en el camino. Sigo trabajando en mí. Sigo en construcción. Y de ahora en adelante, parece que así seguiré, en construcción. Pero está bien, le empiezo a hallar el gusto a escarbarle aquí, resanarle allá, pintarle por acá. Ahora ya sé, que aunque duela, es posible sanar. Solo que la cosa va poco a poco. Y cuando se sana algo, aparece otra cosa que reparar. Así voy en mi camino, pero ahora puedo ver. Recupere mi capacidad de reaccionar, de hacer algo. Parece que después de todo, no voy a quedar cocinada como la rana, (espero).

Te voy a seguir contando más del asunto. De todos los cambios que he ido teniendo, tanto en mi mente como en mi cuerpo en otros posts. Nos vemos pronto.

Con cariño,

Ana

4 respuestas a “Cumplí cuarenta y mi mundo se tambaleo completito.”

  1. Difícil tarea y de personas muy inteligentes aceptar y actuar
    Y no caer en el trillado yo así soy y no creo estar mal.
    Me podrás recomendar a tu terapeuta por favor
    Te saludo con cariño

    • Esa sensación. Dice Ana Arizmendi que entre más rápido reconozcamos que estamos en crisis, más rápido salimos de ahí. Es una buena etapa de crecimiento. Aquí vamos, poco a poquito. Un abrazo.

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