De esos libros que no estás buscando, pero que sin embargo, te encuentran, a como da lugar, en el momento que te tienen que encontrar. No había tenido oportunidad de leer a Ángeles Mastreta, aunque estaba en mi lista de cosas por hacer algún día. Y tan sólo en las primeras páginas ya me ha arrancado las lágrimas. Aunque no las dejé salir como querían salir. Estaba en un lugar público, y atraer las miradas por externar mis sentimientos es algo que siempre he tratado de evitar. Hasta cuando he tenido los motivos para hacerlo, estando en el lugar adecuado, donde se puede hacer eso. Cosa que aprendí de mi padre, cuyo recuerdo es el que me ha puesto así, tan solo en la cuarta página del libro.
El dolor de perder a un ser amado, algo que no he podido superar, que ni quiero superar por miedo a perder su recuerdo. Un dolor que permanece silenciado en uno de los tantos cajones del alma. Que se abre cuando leo cosas como las que comparte Ángeles Mastreta en su relato sobre la muerte de sus padres y en otras ocasiones también. Días del Padre casi siempre, en los cuales mi pérdida y ganas de llorar se ven distraídas y apasiguadas, porque tengo a mi lado a un gran padre a quien honrar ese día … el de mis hijos. En bodas, últimamente, cuando el papá lleva del brazo a la novia para entregarla en el altar. Y no se diga en la fiesta, cuando el papá y la novia bailan y se abrazan, y de algún modo se despiden. Yo así baile con él hace 10 años, y al recordarlo el recuerdo me conmueve, y ahora sí estoy sola no hay sentimientos que acallar.
Aún no termino el libro, pero esas primeras páginas, ya volvieron a éste un buen libro.
El título fue el que me llamó la atención. Hace un tiempo, platicando con una persona a quien admiro mucho, me decía que ella le pedía a Dios nunca perder la emoción con la que hace las cosas. «La emoción de las cosas» … Mañana, al levantarme, le pido a Dios que me de «Emoción», para disfrutar mi día.